SAN JOSÉ ISABEL FLORES VARELA
Presbítero y Mártir Mexicano
21 de junio
Primeros años
José Isabel Flores Varela nació el 28 de noviembre de 1866, en San Juan Bautista del Teúl, hoy El Teúl de González Ortega, municipio del estado de Zacatecas, pero que en lo eclesiástico pertenece a la Arquidiócesis de Guadalajara. Los datos que refieren su origen y primeros años han tenido que investigarse en los archivos diocesanos, pues los que existían en la parroquia han desaparecido. Los documentos que dan noticia se expidieron veintiocho años después, cuando se tramitaron para cubrir los requisitos de su ordenación sacerdotal.
Fueron sus padres Vidal Flores y Sixta Varela, quienes lo hicieron bautizar al día siguiente de su nacimiento. Fue confirmado en la parroquia de Tlatenango, Zacatecas, en el año de 1868 por ministerio del Obispo de Zacatecas, Ignacio Mateo Guerra. Parece ser que su padre no fue un hijo nacido de matrimonio, pues en su acta de bautismo sólo se refiere a su abuela paterna. Creció en una zona de rancherías ubicadas en cañadas, al borde de los arroyos, junto a manantiales que propiciaban el cultivo de frutas y legumbres. Su familia vivió una estrechez económica, a veces, al borde de la miseria.
Pocos son los antecedentes que se tiene de su primera infancia. Esto se entiende debido a la modesta condición económica de la familia, a que vivió en un rancho fuera del pueblo, y a que se fue a Guadalajara al seminario, no volviendo a su casa sino esporádicamente por las vacaciones. Tuvo tres hermanos: María del Refugio, María Concepción y Vidal. No ha quedado claro un matrimonio anterior de su padre, ni el nombre de su primera esposa, ni si tuvo familia con ella y la circunstancia que terminó con ese primer enlace.
Fue cuidador de rebaño desde muy pequeño y se ignora cómo recibió las primeras letras. De estos años se recuerdan su amor al recogimiento y a la soledad, escondiéndose en lugares donde había mirasoles y flores de santamaría, orando de rodillas y con los brazos en cruz. Como vaquero, era dedicado a sus quehaceres, muy obediente y responsable. Trabajaba y vivía para entonces con Antonio González, un terrateniente. Para estas fechas se le notaba su gran devoción a la santa misa, particularmente la dominical. Tal vez en estas ocasiones germinó en su alma la vocación sacerdotal, la cual cultivó con valentía por sí solo y por lo que tomó la decisión de ingresar al seminario. Tendría por entonces unos quince años. A pesar de lo que significaba para sus padres desprenderse de un hijo varón que podía contribuir con su trabajo al ingreso económico de la familia, los padres de José Isabel apoyaron su vocación y no dudaron en alentarla. Sin saber que procedimientos había que realizar, preguntando e investigando pudieron dar cauce al llamado de su hijo.
Seminarista
Siguiendo la ruta de los arrieros de esa zona, recurrieron al Mesón del Refugio, ubicado entonces en la calle de Angulo, casi con cruzamiento de la calle Moro y que desapareció cuando se abrió la Calzada del Federalismo. Para que ingresara al Seminario de Guadalajara, su padre lo acompañó desde El Teúl a esta ciudad en un viaje que hicieron a pie en un tiempo de casi cuatro días. Al no tener ingresos económicos para pagar sus estudios, Don Vidal Flores tuvo la ocurrencia de dejarlo encargado con una señora que vendía cena a un lado de donde se hospedaron. Cansado y lleno de dudas de cómo iba a cuidarse su hijo, le confió sus preocupaciones a la dueña de la fonda. Cómo sería el diálogo, que ésta se ofreció a encargarse del muchacho mientras ingresaba de interno. Si no, sería su ayudante en la preparación de los alimentos, aseo del local y atención de los parroquianos.
Ingresó en esta casa de estudios eclesiásticos el 14 de febrero de 1887, ya iniciado y adelantado el curso. Tuvo el apoyo y la comprensión del entonces Rector, P. Miguel Baz, que supo entender su situación familiar y la distancia tan lejana de donde provenía. Para estas fechas, con los veinte años cumplidos, se observa que su vocación era madura, seria y discernida. Por esos días el Seminario ocupaba el edificio anexo al templo de Santa Mónica y que luego sería sede de la XV Zona Militar. El primer año de estudios tuvo resultados más bien regulares, debido a lo adelantado del ciclo escolar, sin embargo, los años siguientes pudo alcanzar las calificaciones más altas.
Sacerdote
Recibió la tonsura y las cuatro órdenes menores el 18 de noviembre de 1894, en la capilla del Palacio Arzobispal, donde ahora se encuentra el edificio del Ayuntamiento de Guadalajara y el subdiaconado el 17 de noviembre de 1895, en el templo de San José de Gracia. Estas ordenaciones las recibió de manos del Arzobispo de Guadalajara Don Pedro Loza y Pardavé. El diaconado y el presbiterado los recibió por el ministerio del Obispo de Colima, Don Atenógenes Silva, en el referido templo de San José de Gracia, en las fechas del 25 de junio y 26 de julio respectivamente, del año de 1896. Su primera misa la cantó en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en Atemajac del Valle, Zapopan, Jalisco, el 15 de agosto siguiente. La razón de ello pudiera ser que sus padres vivían allí y que en esa fecha es la fiesta patronal de lugar. [1]
Ministerio pastoral
Aún antes de su cantamisa, fue destinado a la Comunidad de Belén del Refugio, en la parroquia de Teocaltiche, Jalisco, el 1 de agosto. El 21 de diciembre de 1899, se le adscribió a la parroquia de Zapotlanejo, encargado de la Capilla de Matatlán. Luego residió por casi tres meses en la parroquia de Tonalá, Jalisco, con el nombramiento de capellán, residiendo en la capilla de Sagrado Corazón, ubicada en Juanacatlán, Jalisco. El 13 de noviembre de 1900 volvió definitivamente a Matatlán, donde viviría por el resto de su vida, hasta la hora del martirio. En este lugar los fieles y el pastor se interrelacionaron profundamente. Los servicios del segundo, así como sus enseñanzas y ejemplos, se fijaron en los corazones dóciles de los primeros. Se entendieron maravillosamente. Por eso, con mucho cariño le decían “Padre Chabelo”.
Aquí se le recuerda como un sacerdote piadoso, muy devoto del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen María. Por esta razón, los meses a ellos dedicados, los solemnizaba con ejercicios piadosos y actos fervorosos. Los Primeros Viernes eran un día de fiesta. Exponía el Santísimo Sacramento y promovía que fuera visitado por todos en la capilla. En esta línea fundó el Apostolado de la Oración. Acostumbró a su fieles a que a las 12.00 hrs. así como a las 3.00 p.m. se arrodillaran donde estuvieran para rezar el Ángelus y dieran gracias a Cristo que murió en la Cruz para salvarnos. Instituyó también en ese lugar la Asociación de las Hijas de María, promoviendo de esta manera la propagación de medallas de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa. También fundó la Cofradía de Nuestra Señora del Refugio. Hombre de piadosa y constante oración, se le veía transportarse a otro mundo cuando oraba ante el Santísimo Sacramento del Altar.
Sencillo en su forma de vivir, optó por practicar la santa pobreza: su ropa era humilde, casi siempre desgastada y remendada, sus zapatos gastados, a veces casi sin suela. Su sotana era corriente, la cual muchas veces se traslucía. Su cama no tenía colchón, era un camastro de tablas. No buscó honores ni riquezas, era sacrificado en sus gustos. Comía con sobriedad. Siempre madrugaba para rezar el Oficio Divino y el Rosario en sus tres partes. Usaba cilicios para mortificarse. Tenía la costumbre de levantarse y acostarse temprano para que el tiempo le rindiera. Su pobreza era impresionante y no hacía gala de su humildad, la cual era innata y transparente.
Muy bien educado, recto y serio, lleno de caridad con los necesitados, interesado por los enfermos y exigente con quienes los cuidaban, porque se daba cuenta de que eran negligentes en acercarlos a Dios. A ellos, los enfermos, les daba una atención esmerada, pues los atendía sin excusas, así fuera a la media noche. Cuando se daba cuenta de que alguien vivía en amasiato, los hacía llamar y de manera seria pero amable, los inducía a que se casaran o se dejaran. Le gustaba ser obediente con los superiores: cada quincena visitaba a su párroco para recibir indicaciones. Le interesaba que se promoviera el bien social y que se remediaran las necesidades del prójimo. Combatió el alcoholismo para que no se desintegraran las familias. Siempre aconsejó el perdón en situaciones de discordia, humillación o persecución. Detestaba la hipocresía. También era bullicioso y por ello, sus feligreses lo querían muchísimo. En las fiestas religiosas, la actividades externas, le gustaba que causaran alegría y por esa razón le atraían mucho los fuegos artificiales.
Sus misas eran muy devotas, a veces lloraba en ellas. Quería que sus fieles cantaran en ellas y por esta razón promovió el canto entre ellos. Tenía la predilección de rezar el Rosario en comunidad. En el confesionario era muy atinado en la dirección de las almas y sabía dar muy buenos consejos para caminar por la vida de la virtud. Siempre se mostró sereno y alegre en su ministerio, a pesar de que a veces tenía que trasladarse a distancias considerables para confesar y atender a enfermos y moribundos a lomos de caballos muy malos que lo maltrataban a su paso. Tuvo empeño en promover el catecismo entre los niños y los adultos. Tuvo la rara y grande cualidad de no abajarse con los poderosos ni adular a los superiores.
Tuvo dotes intelectuales destacadas. Le gustaba leer y cultivarse, tenía una muy bien dotada biblioteca. Era reconocido por su dominio del latín. El doctor Alatorre, que lo intervino quirúrgicamente de su muela en el Hospital de Santa Margarita decía: “¿Cómo es posible que tengan a un sacerdote tan sabio, con tantas virtudes, metido por allá en un pueblo, pudiéndolo tener más bien acá (en la ciudad) donde hay más gente?”
Luchó por contener la inmigración de los lugareños a Estados Unidos, por las consecuencias que de ello resultaba. A uno que se acercó y le dijo: “Padre, vengo a que me dé su bendición, me voy a los Estados Unidos, un primo que está por allá, me dice que se gana mejor sueldo y pues la necesidad me hace marcharme”. El Santo le contestó: “Está bien, voy a darte la bendición, pero antes dime, ¿ya le dejaste marido a tu mujer o ella va a tener que buscarlo?” y el interferido no pudo ni supo qué responderle, ese golpe le dolió y desistió finalmente. Y como este caso, otros.
Edificó la iglesia del lugar, a la que dotó de campanas y la casa de residencia; también construyó capillas en los ranchos. Procuró y promovió en cuanto pudo, la mejora material de pueblo. Por casi veinticinco años regenteó la capilla de Matatlán de tal manera que se estudió con seriedad y detenimiento la posibilidad de erigirla en parroquia, la cual hubiera regenteado dignamente. Su lema sacerdotal era: “Veritas et Iustitia”.
Una característica propia de este Santo es que tenía la barba crecida. Es costumbre entre el clero del rito latino que los sacerdotes estén rasurados, a diferencia de los sacerdotes del rito griego. En su caso se debió a un problema estético, pues una muela del maxilar derecho le causaba muchas molestias y tuvo que ser operado por ello; al quedar su rostro deformado, se le implantó una prótesis, y para no despertar desagrado entre sus fieles, optó por dejarse crecer la barba.
Sucesos sobrenaturales
¿Hasta qué punto fue regalado por Dios, San José Isabel Flores con detalles fuera de los límites de la naturaleza? En su vida se encuentran pormenores de eventos que sucedieron y que maravillan sin dejar una explicación de cómo pasaron. Los habitantes de Matatlán, donde ejerció su ministerio, relatan acontecimientos que se acercan a lo sobrenatural, sin que se insinúe aquello como un milagro. Unos casos como ejemplo:
El 5 de diciembre de 1925, el Santo se presentó inesperadamente en la casa de su amigo el doctor Alatorre, quien le había hecho la intervención quirúrgica del maxilar y que había muerto precisamente en ese día. Nadie le había avisado, dio el consuelo a los deudos y pudo bendecir el sepulcro del fallecido.
En otra ocasión, murió un vecino del rancho “Palo Colorado”, un lugar de los más alejados de Matatlán. Esa noticia se la dio San José Isabel a Pedro Orozco, feligrés de la comunidad. Por las circunstancias y el tiempo de cómo sucedieron las cosas, el Santo no había recibido ninguna notificación.
Fueron una vez a buscarlo para que confesara a un moribundo, el enviado lo acompañaba en otro caballo. Al llegar a un arroyo, San José Isabel detuvo su montura y le dijo: “El enfermo ya murió” y volvieron a Matatlán. El compañero regresó al rancho, donde los dolientes le reprocharon por no haber acompañado al sacerdote hasta allí para atender al enfermo. Él les refirió lo que había sucedido y los familiares del difunto le respondieron que el Padre José Isabel había llegado solo, atendió al moribundo y se regresó.
Otro caso semejante sucedió con otro enfermo que vivía en el cerro. El hijo de éste fue a buscar al Santo y ya de camino, en un momento dado, San José Isabel se bajó del caballo y se sentó a la sombra de una encino. Luego le dijo al muchacho: “Vámonos regresando”, a lo que el joven le respondió: “No padre, hágame la caridad, vaya a confesar a mi papá”. El Santo le dijo: “Ya está confesado, vámonos regresando”. Y el muchacho, desesperado le decía: “Pero, ¿cómo me dice esto, si no hemos llegado todavía, cómo dice que ya está confesado?” y él le respondió con una sonrisa bondadosa: “Te digo que tu papá ya está confesado”. Cuando el chico regresó a su casa, los familiares le reprocharon su descortesía, le acusaban de haberse ido a jugar con sus amigos y dejar al padre, quien había llegado solo. Él les refirió lo sucedido y todos quedaron desconcertados.
Sucedió que en tiempos de la persecución, iba San José Isabel de camino por el cerro en sus servicios de ministerio, lo acompañaba Ciríaco Neri. La esposa de éste divisó cómo venía el ejército a lo lejos y que se encontrarían de frente con ellos los soldados y corrió a advertirles del peligro. El Padre le dijo sereno: “No hubiera venido, yo ya sabía que vendría la federación”. La mujer lo apuraba para que se escondiera cerca de un arroyo, pero él le indicó que más bien ella se fuera a su casa a cuidar a su familia; y al esposo de ella, Ciríaco, lo hizo tomar su caballo y que se escondiera en un matorral. El hombre se escondió como pudo, aunque se quedó algo al descubierto. El Santo buscó un lugar debajo de un paredoncito al lado del camino, entonces pasó la tropa de casi ciento cincuenta soldados y no lo vieron. Luego se fueron a la casa de Ciríaco, donde su esposa les preparó un té para la bilis del susto, pero nadie comentó nada. Esa misma tarde, Ciríaco Neri volvió al lugar donde se había escondido el Santo. Midió con pasos la distancia y eran siete pasos aproximadamente. ¿Cómo pudo suceder que los soldados no lo hubieran visto?
También pasó este suceso con el mismo compañero, Ciríaco Neri. Un día los sorprendió una fuerte tormenta mientras andaban a campo abierto. Al llegar al rio no pudieron cruzarlo pues iba muy crecido. Esperaron como un cuarto de hora pero la corriente no disminuía. San José Isabel le dijo entonces a su acompañante: “Ándele Don Ciríaco, tuerza su cigarro mientras esperamos un poco” y mientras, él se puso a rezar el Rosario. La corriente no bajó, antes bien, creció más por las aguas que bajaban del cerro. San José Isabel le conminó: “Vámonos pasando”. Pero Ciríaco le replicaba: “Imposible padre, vamos a sucumbir”. “No tenga miedo, véngase en su caballo detrás del mío”, dijo el sacerdote. Ciríaco le contestó: “Pero padre, es la muerte segura”. En esto estaban cuando el sacerdote se introdujo en el río y en cuanto menos lo pensó, ya lo habían cruzado. Le preguntó entonces el hombre: “¿Se mojó, padre?” y éste le dijo: “No, fíjese. Nada. ¿Y usted?” “Pues como la mitad de la tapa del estribo”.
Aún el día anterior a su detención, fue a bendecir una tumba al cementerio. A pesar de la fuerte tormenta que cayó, volvió completamente seco, aunque en el trayecto de vuelta del camposanto no había casas o lugares donde podría resguardarse.
Persecución y martirio
Hacia 1926 se recrudecieron las leyes antirreligiosas en México y por esta razón la Iglesia suspendió el culto público. Las consecuencias que sobrevinieron fueron muy difíciles para los creyentes y más para los pastores. Para celebrar la misa y administrar los sacramentos hubo de recurrirse al secreto para no causar sospechas y poner en peligro las vidas de los participantes en esas ceremonias. En Zapotlanejo, Jalisco, a donde pertenece en lo civil y eclesiástico Matatlán, la autoridad era un cacique llamado José Rosario Orozco Murguía, un ex militar y que era responsable de muchas muertes, abusaba de las mujeres y oprimía a los pobres. Este individuo es el responsable del sacrificio de nuestro mártir.
San José Isabel supo ser prudente en las adversidades y ejerció su ministerio con celo y fortaleza. A quien le sugería que se escondiera, le respondía: “Si me escondo, ya no tendré oportunidad de atenderlos, ni a sus hijos ni a sus enfermos, ni podré casar a sus muchachos. No tengan miedo, así, disfrazado de soldado, lo soldados no me reconocerán, y si me agarran, ¿qué ha de pasar, si no que me corten la cabeza? Además, si Cristo murió por mí, yo también muero gustoso por Él”.
Fue aprehendido a consecuencia de una denuncia que hizo Nemesio Bermejo, un juez de paz en el juzgado del pueblo, a quien el Santo reprendía por sus borracheras. Este hombre fue su condiscípulo en el seminario, de donde fue expulsado por su afición al vino. Como sabía de música y canto, por ello, a veces tocaba en la iglesia del lugar. Además era su compadre. San José Isabel de verdad lo estimaba, pues lo llevó a vivir en su propia casa. Este hombre, en una de sus borracheras, fue con el Presidente Municipal de Zapotlanejo, José Rosario Orozco y le dijo: “Si quieres aprehender a Chabelo, va a pasar por tal arroyo mañana a las tres de la madrugada, porque va a celebrar misa en un ranchito en Colimilla”. El cacique, por quedar bien con las autoridades superiores, decidió capturarlo. El sacerdote salió solo a su destino, pues no quería poner en peligro la vida de nadie. Era el 17 de junio de 1927. Se dieron cuenta de su detención dos días después. Al capturarlo, lo bajaron del caballo y lo hicieron caminar hasta Zapotlanejo, allí lo encarcelaron en el curato antiguo, donde estuvo tres días. Allí pudieron visitarlo sus familiares. Una de sus hermanas, al compadecerse de su estado, le dijo: “¡Ay, hermanito, cómo te tienen!” a lo que él le respondió: “Dios así quiere que esté, que se haga su voluntad”. Estuvo preso no en una celda, sino en un cuarto estrecho, maloliente y nauseabundo, que servía de excusado; estaba atado, mojado, sucio, y no lo soltaban ni para hacer sus necesidades fisiológicas.
Muchos hombres y mujeres intercedieron para que lo dejaran libre, porque era un buen hombre y pacífico y que nunca pudo haber andado con armas en las manos. Un señor ofreció pagar lo que el padre pesaba en plata por su libertad, pero tampoco le hicieron caso. También sus familiares hicieron lo posible por salvarlo. Cuando se entrevistaron con el Coronel Flores, responsable de Cuartel, les permitió verlo tres minutos. Luego que se volvieron a entrevistar con él, le dijo a su sobrina María Guadalupe Pérez Flores (luego religiosa concepcionista franciscana con el nombre de Sor María Beatriz de Jesús): “Mire señorita, ya ni llore, a su tío lo vamos a fusilar, yo soy masón desde mis tatarabuelos y tengo ganas de matar curas”.
José Rosario Orozco le propuso la libertad si firmaba un documento donde aceptaba las leyes del Presidente Plutarco Elías Calles, pero no aceptó. Luego ponía música afuera de la prisión y le decía: “Oye qué bonita música, lo único que necesitas es firmarme para que estés libre”. Pero él le contestó: “Yo voy a oír una música más bonita al cielo”. Tres mujeres, con el pretexto de llevar ropa a las esposas de los soldados, pudieron asistir al Santo en su prisión; al compadecerse de él, les dijo: “De mí no tengan lástima, sino de los soldados”. Ellas pudieron dejarle la Sagrada Comunión.
Mucha gente de Matatlán y de Zapotlanejo hacía guardia fuera del curato convertido en cuartel para evitar que lo sacaran de allí, sin embargo, lo sacaron por otro lado, descolgándolo por la barda. Antes de salir, San José Isabel alcanzó a escribir en un papelito: “Me sacan de la cárcel a la una de la mañana, dicen que me van a llevar al cementerio”. Antes de ser asesinado, fue torturado con refinamiento. No es posible decir cuánto y tanto sin sentir una indignación y compasión por lo que se le hizo sufrir, alcanzando pormenores macabros. Lo descrito es suficiente para medir el grado de maldad de quienes consumaron el martirio.
La madrugada del 21 de junio fue llevado al cementerio por tres o cuatro soldados. Le pusieron una soga al cuello y comenzaron a martirizarlo subiéndolo y bajándolo unas cinco veces. Viendo que no lo podían matar, sacaron sus pistolas y le apuntaron. El mártir les dijo: “Así no me van a matar, yo les voy a decir cómo, paro antes, quiero decirles una cosa: si alguno de ustedes recibió de mi un sacramento, no se manche las manos”. Uno de los soldados dijo: “Yo no meto las manos, el padre es mi padrino, de él recibí el bautismo”. El jefe, indignado, le dijo: “Te matamos a ti también”. Él le respondió: “No le hace, yo muero junto con mi padrino” y de un balazo lo mataron. Quisieron disparar luego contra el sacerdote, pero las balas no hicieron fuego. Luego, uno de los soldados, queriendo congraciarse con el cacique, lo degolló con un machete. Este soldado se llamaba José Ramírez. Antes de morir, San José Isabel sacó de su bolsa su reloj, se lo dio al militar y le dijo: “Guárdalo como una muestra de perdón”. Luego fue sepultado de prisa en una tumba recién abierta. Un testigo del hecho, hermano del sepulturero, pudo ver de lejos su sacrificio. Dice que esa madrugada era muy bonita pues había una luz de luna muy clara y que luego de que el Santo murió, el cielo se oscureció, aunque no completamente. Al día siguiente, cerca de la tumba encontró un caminito sembrado de medallas, las cuales probablemente el santo dejó caer para indicar el rumbo a donde lo llevaban. También es posible que antes de morir se haya dado a sí mismo la Comunión, pues constantemente la portaba y entre la tierra que se halló removida en su tumba, se encontraron el relicario para guardar la Sagrada Eucaristía.
Este Santo fue devoto y propagador de la Medalla Milagrosa. Tal vez por ello, antes de morir, se puso una medalla en la boca, para de esa manera, hacer una especie de diálogo con la Santísima Virgen María en la hora del supremo trance y pedirle de esta manera su protección antes de morir. Cuando sus restos fueron exhumados, dentro de la calavera, en la cavidad oral, se encontraron una medalla. Esto también podría explicar por qué las balas no pudieron dañarlo.
Los verdugos del Santo, con el transcurso del tiempo, tuvieron un triste final. José Rosario Orozco murió apuñalado en Guadalajara siendo candidato a Diputado Estatal el 9 de maro de 1932. Además murieron de manera violenta Jesús Flores y José Aguirre, que tuvieron parte activa en su proceso. También murió asesinado Nemesio Bermejo.
Sus restos fueron exhumados en 1935 y traslados a Matatlán, donde fueron velados con gran sentimiento por tres días. Durante ese lapso, vino un hombre llamado Miguel Ruiz, soldado que le había dado el tiro de gracia al Santo y que por esas fechas estaba ciego. Vino a pedirle perdón y recuperó la vista.
El Beato Juan Pablo II, en compañía de San Cristóbal Magallanes y de otros mártires, lo beatificó el 22 de noviembre de 1992 y él mismo los canonizó el 21 de mayo de 2000, fijándose su conmemoración litúrgica en el Calendario Universal el mismo día de su canonización.
1 comentario:
Creo que este santo es tio abuelo de mi abuelo paterno. Mi abuelo nacio en degollado jalisco, muy cercas de guanajuato, y de los flores varela. El papa de mi abuelo tambien se llamaba vidal flores y ese nombre se lo vino heredando a mi padre.
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