San Juan Bautista de Rossi
Presbítero
23 de mayo
Este santo sacerdote nació en 1698, en el pueblecito de Voltaggio, de la diócesis de Génova. Era uno de los cuatro hijos de una excelente familia, muy respetada. Cuando Juan tenía diez años, un noble y su esposa, que habían ido a veranear en Voltaggio, obtuvieron de los padres del niño, el permiso de llevarle consigo a Génova para educarle en su casa. Juan permaneció ahí tres años y se ganó el aprecio de todos, particularmente de dos frailes capuchinos que acostumbraban visitar a su amo. El tío de Juan era entonces provincial de los capuchinos; tan buenos informes le dieron los dos religiosos sobre su sobrino, que un primo suyo, Lorenzo Rossi, canónigo de Santa María in Cosmedin, le invitó a ir a Roma. Juan Bautista aceptó e ingresó en el Colegio Romano a los trece años. Pronto se hizo muy popular entre sus profesores y condiscípulos. Había terminado ya brillantemente los estudios clásicos, cuando la lectura de un libro de ascética le indujo a practicar penitencias exageradas. A consecuencia de ello, sufrió una depresión nerviosa que le obligó a abandonar el Colegio Romano. Aunque llegó a rehacerse lo suficiente para terminar sus estudios en la Minerva, jamás recuperó del todo las fuerzas. En efecto, en el trabajo apostólico tuvo que luchar siempre contra la mala salud.
El 8 de marzo de 1721, a los veintitrés años de edad, Juan Bautista recibió la ordenación sacerdotal. Celebró su primera misa en el Colegio Romano, en el altar de San Luis Gonzaga, a quien había tenido siempre gran devoción. Ya desde sus años de estudiante acostumbraba visitar los hospitales, con algunos de sus condiscípulos, sobre los que ejercía una influencia tan grande como sobre los niños de Voltaggio. Una vez ordenado sacerdote, pudo trabajar más a fondo por los enfermos. Tenía particular predilección por el albergue de Santa Galla, fundado por el papa Celestino III, donde pasaban la noche los que no tenían casa. San Juan Bautista trabajó ahí cuarenta años, para impartir consuelo e instrucción a los pobres. Pero pronto descubrió que había otros menesterosos por los que nadie se preocupaba; a ellos consagró lo mejor de su tiempo y de sus esfuerzos. En primer lugar estaban los campesinos que iban regularmente a vender el ganado en el mercado del Foro Romano. El santo se dirigía allá por la noche o en las primeras horas de la madrugada y, una vez que se había ganado la confianza de los campesinos, les enseñaba el catecismo y los preparaba para recibir los sacramentos. Otra de sus principales preocupaciones eran las mujeres sin casa que mendigaban en las calles y acababan en la prostitución. San Juan Bautista no tenía más renta que el escaso estipendio de la misa; pero, con quinientos escudos que le regaló una persona caritativa y otros cuatrocientos que le regaló el Papa, alquiló una casa situada detrás del albergue de Santa Galla y la convirtió en el «Refugio de San Luis Gonzaga».
En los primeros años de su sacerdocio, Juan había eludido por timidez el oficio de confesor. Pero, durante la convalescencia de una enfermedad, que pasó en la casa de Mons. Tenderini, obispo de Civita Castellana, éste le convenció para que confesase en su diócesis. Tanto el mismo Juan Bautista como sus penitentes, comprendieron al punto que ésa era su verdadera vocación. A su vuelta a Roma, el santo continuó su tarea de confesor. Un día dijo a uno de sus amigos: «Antes me preguntaba yo cuál era el más corto camino para ir al cielo. Ahora sé por experiencia que es el de ayudar a otros en el confesionario... ¡Es increíble el bien que se puede hacer ahí!»
En 1731, el canónigo Rossi consiguió que su primo fuese nombrado vicario de Santa María in Cosmedin. Hasta entonces la iglesia estuvo relativamente abandonada, debido, en parte, a su situación un tanto alejada; pero, en cuanto Juan Bautista empezó a confesar, los penitentes de todas las clases sociales empezaron a invadir la iglesia. El santo pasaba tanto tiempo en el confesionario, que dos pontífices, Clemente XII y Benedicto XIV, le dispensaron de la obligación de asistir al coro.
Cuando murió el canónigo Rossi, San Juan Bautista le sucedió en la canonjía; pero consagró la renta a la adquisición de un órgano para la iglesia y a pagar el sueldo del organista. También devolvió al capítulo la casa que había heredado de su primo y se refugió en una miserable buhardilla. Vivía muy austeramente; su comida era un extremo frugal y sus vestidos, aunque siempre escrupulosamente limpios, eran de tela muy corriente. El Papa Benedicto XIV le confió la misión -perfectamente adaptada a sus gustos personales- de dar clase a los empleados de las prisiones y de otras oficinas públicas. El verdugo de la ciudad era uno de los penitentes del santo. En cierta ocasión tuvo éste que mediar en una violenta disputa entre el verdugo y uno de sus subordinados. Más tarde, decía: «Ese día llevé a feliz término un importante asunto de Estado».
De todas partes le solicitaban para que fuese a predicar misiones y a dar pláticas en las casas religiosas. Los hermanos Juaninos, en cuyos hospitales practicaba con frecuencia el ministerio sacerdotal, le estimaban tanto, que le eligieron para que fuese su confesor ordinario. La mala salud obligó a san Juan Bautista a trasladarse a Trinita dei Pellegrini, en 1763. En diciembre de ese mismo año, sufrió un ataque al corazón y tuvo que recibir los últimos sacramentos. Sin embargo, se rehizo lo suficiente para volver a celebrar la misa, a pesar de sus achaques. El 23 de mayo de 1764, otro ataque al corazón puso fin a su vida. Tenía entonces sesenta y seis años. Era tan pobre, al morir, que el hospital de Trinita tuvo que pagar los gastos del entierro. Los funerales revistieron una pompa extraordinaria, ya que asistieron a ellos doscientos sesenta sacerdotes, muchos religiosos e innumerables laicos; Mons. Lercari, arzobispo de Andrinópolis, pontificó en la misa de réquiem que se celebró en Trinita, y el coro pontificio cantó en ella. Dios había distinguido a su siervo durante su vida con poderes sobrenaturales y obró, por su intercesión, numerosos milagros después de su muerte. El proceso de beatificación empezó en 1781. Cien años después, en 1881, Juan Bautista de Rossi fue canonizado.
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