Santa Hildegarda de Bingen
Doctora de la Iglesia
16 de septiembre

Famosísima por sus visiones místicas, ha sido llamada la “profetisa de Alemania”.
Nació en el año 1098 en Bermersheim en la Renania Alemana en el seno de una familia pudiente. En muchísimos libros se la hace natural de Bickelnheim, pero esto está comprobado que no es cierto. Su padre, Hildeberto, trabajaba para el obispo de Speyer y su madre se llamaba Matilde.
Con ocho años de edad, sus padres la confiaron a las monjas benedictinas de Disibodenberg, encargándose de su educación una monja-reclusa llamada Jutta, en cuyas manos creció en sabiduría y en santidad: perfeccionó sus conocimientos sobre lectura, escritura, música y canto, pero no le enseñaron ninguna labor propiamente femenina. Estudió los textos litúrgicos y la Regla de San Benito. Cuando cumplió los quince años, tomó el velo de postulante.
Ella decía que su verdadero tutor era la Divina Sabiduría, pues desde muy pequeña ella veía en su alma una luz interior que llamaba umbra lucis viventis, a la que responsabilizaba de su temprano aprendizaje en cuestiones como la teología, la medicina y la música. Esta iluminación le ocasionaba asimismo un cierto malestar físico, por lo que era propensa a enfermar sobre todo antes de recibir algunas de sus muchas visiones místicas. A veces, tal era su estado, que parecía un esqueleto viviente.
Tenía una intensísima fe en la Divina Providencia como quedó patente cuando en el año 1150 fue nombrada abadesa del monasterio y se fue a vivir con sus monjas a Bingen pese a la oposición de los monjes de Disibodenberg. Y lo mismo le ocurrió cuando fundó el monasterio filial de Eibingen, ya que tuvo que ejercer sus poderes milagrosos contra quienes se oponían nuevamente. Era una monja contemplativa, pero esto no le impedía ejercer sus funciones de manera activa.
En aquellos tiempos, como en otros muchos, existían controversias entre la iglesia y los poderes civiles. Se sabe, por ejemplo, que en el año 1157, parte del episcopado alemán se alió con Federico Barbarroja contra el papa Adriano IV y que en 1159 Renania se sumó a la causa del emperador contra el nuevo papa Alejandro III. Entonces ella, se dirigió sin vacilar tanto al papa como al emperador, el cual sentía un cierto temor hacia ella. Ella no temía ni a los obispos ni a los gobernantes a los que amenazaba con el castigo divino si seguían en sus trece.
Escribió aconsejando a los papas Eugenio III, Anastasio IV, Adrián IV y Alejandro III, a los emperadores Conrado III y Federico I, a los obispos de Bamberg, Speyer, Worms, Konstadz, Liège, Maastricht, Praga y a muchísimos otros, tanto de Alemania como de Francia e Italia. Recordaba a todos cuáles eran las obligaciones de su estado religioso y todos se sometían más o menos sumisos a su autoridad moral. Se conservan de ella más de trescientas cartas dirigidas a obispos y altos dignatarios civiles.
En tres ocasiones abandonó el monasterio para ejercitar esta autoridad en la Baja Renania.La primera vez, en Lorena, en el año 1160. Posteriormente, en 1167, en Colonia y sus alrededores y finalmente en las ciudades de Trier, Würzburg y Bamberg. Era inaudito ver cómo esta venerable mujer reprendía publicamente en las plazas tanto al clero como al resto de los fieles y cómo apelaba a sus conciencias reprochándoles lo que ella consideraba reprobable. Sin embargo, esa dureza se tornaba en dulzura femenina a la hora de tratar con las monjas de su monasterio porque las veía piadosas y observantes de la regla monástica. Ella decía que en su casa Dios era servido con gozo. Tenía especial ternura con los enfermos, a los que curaba con los medios de la época y cuando veía que estos eran insuficientes, recurría al poder sobrenatural que poseía para sanarles.
Con cuarenta años empezó a escribir sus visiones místicas: descripciones apocalípticas sobre la vida en la Iglesia y este estilo, un tanto oscuro, hizo que se la llamase “la Sibila de Renania”. Aparte de sus muchas cartas, escribió el Scivias (“conoce la vida de Dios”). En el año 1147 le presentaron este libro al papa Eugenio III que, aunque no lo aprobó formalmente, declaró que no había nada en él contrario a la doctrina de la Iglesia.
Para escribir sus obras recurrió a otras personas, la más importante de las cuales fué el monje Volmar de Disibodenberg que le ayudó constantemente en la labor de redacción y que tradujo al latín lo que Hildegarda le dictaba. Aunque ella sabía leer y escribir no estaba muy versada en gramática y en latín. Otras colaboradoras importantes fueron la monja Ricarda, que en el año 1151 tuvo que dejarla al ser elegida abadesa y la monja Iltrude, que murió en el año 1177. Entonces, Hildegarda, recurrió al abad Luis del monasterio de San Eucario de Trier, a Wascelin de Colonia, a Godfredo monje de Disibodenberg, a Teodorico monje de Echternach y en sus últimos años a Wigberto de Gembloux.
A principios del mes de septiembre del año 1179 cayó gravemente enferma, muriendo el día 17 del mismo mes con ochenta y dos años de edad. Murió de madrugada y en el momento de su muerte fueron vistos en el cielo dos arcos que se cruzaban dividiendo el cielo en cuatro partes y sobresaliendo una gran cruz en el cruce de los dos arcos. Fue sepultada en el monasterio. Había escrito sobre las obras divinas de un hombre simple, explicación extensa y completa de la Regla de San Benito, sobre las vidas de los santos Roberto y Disibodo, nueve libros sobre sutilezas de varios tipos de criaturas, las homilias de los evangelios de todos los días del año, etc.
Quienes han conocido su vida han reconocido en ella un alma llena de sabiduría celestial dotada de un intenso amor a Dios, por lo que tanto el pueblo como los escritores de libros sagrados la conocían por el nombre de beata. La veneración popular y el homenaje que le tributaban los escritores hicieron que desde muy pronto se organizasen peregrinaciones a su tumba y se realizasen curaciones milagrosas. Esto indujo al papa Gregorio IX en el año 1233 a iniciar el proceso de canonización.
Este proceso no fue seguido por Inocencio IV. Sin embargo se puede decir que la concesión de indulgencias por parte de Juan XXII en el año 1324, fue una especie de canonización o al menos una autorización para recibir culto público.
Desde el siglo XIII su fiesta se celebraba en los monasterios que ella había fundado y enla Abadíade Gembloux, así como en otras abadias e iglesias. Fue inscrita oficialmente en el Calendario Benedictino, en el Cisterciense, en los de las diócesis de Mainz, Trier, Limburg, Speyer y otros, fijándose su fiesta el día 17 de septiembre. Como es lógico, su nombre aparece también en el Martirologio Romano en mismo día.
Las reliquias de la Santa, que estaban en el monasterio de San Ruperto, fueron objeto de un reconocimiento canónico en el año 1489 y en el 1498. Cuando el monasterio fue saqueado en el año 1632, fueron llevadas a Eibingen donde permanecieron hasta que el monasterio fue suprimido. El día 17 de septiembre del año 1857 el obispo de Limburg Pedro José Blum hizo una solemne elevación de los restos de la Santa. En el año 1929 fueron puestas en una urna de oro, obra de los orfebres de Maria Laach y cuando el día 3 de septiembre del año 1932 la iglesia de Eibingen fué incendiada, estas reliquias se pudieron salvar de la quema.
El 7 de octubre de 2012, Su Santidad el Papa Benedicto XVI ha proclamado a Santa Hildegarda de Bingen Doctora de la Iglesia, junto con San Juan de Ávila.
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