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Las Vidas de los Santos
y Fiestas Litúrgicas
SAN MACARIO EL GRANDE
Abad
19 de enero
Cuando Macario nació “estaban dando los coletazos” las últimas persecuciones contra los cristianos, por lo que quienes querían alcanzar la santidad tenían que remplazar el martirio por el ascetismo y la abnegación de sí mismo, que podríamos decir era como una especie de “martirio voluntario”. Y es por eso, por lo que comienza el éxodo de anacoretas al desierto. Egipto era mayoritariamente un país idólatra y supersticioso, y los cristianos que querían alcanzar la perfección, se alejaban de las ciudades para vivir como monjes en zonas apartadas y áridas.

El fundador del monacato fue San Antonio y el discípulo y continuador de su obra, fue San Macario, que nació en el año 300 en Ptinapor, no muy lejos del desierto de Nitria. Su padre era sacerdote y junto con su madre llevaban una vida justa: curiosamente, se llamaban Abraham y Sara. Dice una leyenda copta que estando el padre de Macario enfermo, se le apareció en sueños el Patriarca Abraham, lo sanó y le predijo el nacimiento de su hijo, a quién debía llamar Macario, que significa “bendito”. Cuando Macario creció, por voluntad de sus padres se casó aunque no llegó a hacer vida marital y que muy pronto, murió su esposa. Entonces, en una visión, vio una multitud de monjes vestidos de blanco que lo llamaban. Macario decidió seguirlos y se marchó a un habitáculo cercano a su pueblo donde empezó a vivir de manera ascética. A pesar de que era aun muy joven, el obispo del lugar quiso ordenarlo de sacerdote, pero el solo se ordenó de diácono y se estableció en otro pueblo. Allí fue calumniado por una joven que estaba embarazada y sus padres, junto con otros vecinos del lugar, lo golpearon y le obligaron a trabajar para mantener a su hija. Como el embarazo no cuajó, Macario huyó al desierto de Nitria donde vivió en una cueva, marchando posteriormente al desierto de Parán, donde se encontraba San Antonio el Grande.

San Antonio lo recibió con los brazos abiertos, permitiéndole estar a su lado durante mucho tiempo. Cuando Macario maduró como para llevar una vida independiente, teniendo unos treinta años de edad, fue San Antonio quién lo envió a Sceta. Aquello era un desierto salvaje, sin apenas manantiales de agua potable, pero aun así, Macario se quedó. Tuvo que luchar día y noche contra las tentaciones del demonio, pero siempre logró superarlas. Poco después de instalarse en Sceta, algunos discípulos comenzaron a reunirse en torno a él. Macario los aceptó y les inculcó un modo de vida ascético para que perfeccionaran espiritualmente sus vidas.

Con cuarenta años se ordenó de sacerdote y como el número de monjes crecía, ordenó construir cuatro iglesias (monasterios). Cada iglesia tenía su propio sacerdote y los monjes vivían en celdas separadas. El se marchó a un lugar apartado, más solitario, acompañado solamente por dos discípulos. No dejaba de visitar de vez en cuando a su maestro Antonio, que murió estando junto a él.

San Sisoes nos cuenta que una vez, un hereje se acercó hasta Sceta predicando la falsedad de la doctrina de la resurrección de los muertos y que esto, comenzó a perturbar la mente de muchos anacoretas. Macario lo rebatió pero algunos monjes comenzaron a flaquear. Macario propuso entonces visitar el cementerio del conjunto monástico y dirigiéndose hacia la tumba de un monje recién fallecido, lo llamó y lo resucitó. Impresionado, el hereje se dio a la fuga.

Como al monasterio acudía una multitud de peregrinos y enfermos, San Macario habilitó una especie de hospedería, a la que iba diariamente para sanar y dar consuelo a los allí acogidos. Solía decir: “Dios no busca ni vírgenes ni mujeres casadas, ni monjes ni laicos, sino a personas libres aceptándolas como son y por su libre voluntad, a cada uno le concede la gracia del Espíritu Santo, para que actúe en él, dirija su vida y lo salve”. Era condescendiente con las debilidades de sus monjes y un padre dispuesto a ayudar a cada uno de ellos: “La pureza de corazón consiste en ver a los hombres tal y como son, tener compasión de ellos y ser misericordioso”.

San Macario, a veces se reunía a orar con su amigo San Macario de Alejandría que era un sacerdote que vivía en un monasterio en el desierto de Cellia, que lindaba con Sceta. En tiempos del emperador Valente – defensor de los arrianos -, fueron perseguidos todos los monjes ortodoxos que defendían el Credo de Nicea. Lucio, que era obispo arriano de Alejandría, trató con crueldad a los monjes del desierto enviándolos al cautiverio. Los dos Macarios fueron exiliados en una isla y ellos aprovecharon el exilio para evangelizar a los isleños. Cuando el obispo Lucio se enteró, temiendo un levantamiento popular, se vio obligado a enviar nuevamente a los monjes a sus monasterios.

Durante sesenta años vivió San Macario en el desierto de Sceta, muriendo a la edad de noventa. Poco antes de su muerte, se le apareció San Antonio diciéndole: “Alégrate, Macario, porque nuestro Señor me ha enviado para anunciarte una muerte gozosa. En el noveno día a partir de hoy, partirás para la vida eterna”. San Macario convocó a sus monjes, les instó a que siguieran perseverantes en el cumplimiento de las reglas y de las tradiciones y colocó a los más santos al frente de cada uno de sus monasterios. A los nueve días, murió. Hasta aquí lo relatado en las biografías escritas sobre el santo, que como podemos comprobar, coincide en todo lo esencial con lo afirmado por Jean Claude Guy, aunque se añaden algunas tradiciones o leyendas sobre milagros obrados por el santo.


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