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Las Vidas de los Santos
y Fiestas Litúrgicas
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
6 de enero
Los paganos celebraban en Oriente, sobre todo en Egipto, la fiesta del solsticio invernal el 25 de diciembre y el 6 de enero el aumento de la luz. En este aumento de la luz los cristianos vieron un símbolo evangélico. Después de 13 días del 25 de diciembre, cuando el aumento de la luz era evidente, celebraban el nacimiento de Jesús, para presentarlo con mayor luz que el dios Sol. La palabra epifanía es de origen griego y quiere decir manifestación, revelación o aparición. Cuando la fiesta oriental llegó a Occidente, por celebrarse ya la fiesta de Navidad, se le dio un significado diferente del original: se solemnizó la revelación de Jesús al mundo pagano, significada en la adoración de los "magos de oriente" que menciona el Evangelio en Mateo 2,1-12.  

Los Magos
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea, en los días del rey Herodes. He aquí que unos magos del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo”. (Mateo 2,1-2)
Mateo no se preocupa por narrar las circunstancias del nacimiento de Jesús. Lo toma como un hecho: fue en Belén de Judea. La creencia de la comunidad cristiana primitiva acerca del nacimiento de Jesús en Belén es firme (cf. Lc 2,17). 

El evangelista añade con imprecisión: “en los días del rey Herodes”. Herodes reinó del año 37 al 4 a. C. Los historiadores sitúan el nacimiento de Jesús entre los años 7 y 6 antes de nuestra era, pues tienen en cuenta: 

a) que Jesús nació todavía en vida de Herodes;
b) que había corrido cierto tiempo entre el nacimiento de Jesús y la visita de los Magos;
c) que había transcurrido aún más tiempo entre el nacimiento de Jesús y la muerte de Herodes.
Mateo se interesa más en resaltar el significado de los hechos que en contarlos en sus detalles precisos. 

Mateo habla de “unos magos”. No dice ni cuántos fueron ni que fueran reyes. Estas precisiones son ajenas al texto evangélico. Tradiciones posteriores hablan de dos, tres, cuatro, ocho y hasta doce personajes. Los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar vienen de un manuscrito itálico del siglo IX. El título de “reyes” procede tal vez de una referencia implícita al salmo 72,10: “...todos los reyes se postrarán ante él”. 

“La palabra griega ‘mago’ revestía significados diversos: sacerdotes persas, propagandistas religiosos, charlatanes, personas dadas a la magia... El griego bíblico sólo la utiliza en Dn 2,2.10. Aquí la palabra podría designar a astrólogos babilonios, tal vez en contacto con el mesianismo judío” (TOB). 

Estos personajes venían “del Oriente”. El “Oriente” de Tierra Santa comienza al este del Jordán, a partir del país de Moab hacia el desierto de Arabia. Se ha creído que eran “persas”, “babilonios”, “árabes” en general, “nabateos” o incluso “esenios de Qumrán”.

Los Magos llegan a Jerusalén con una pregunta: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?”. Traen una convicción: ha nacido un rey; más aún, es “el rey de los judíos”. Esto suscita naturalmente una sorpresa y una interrogación: ¿Herodes dónde queda?, ¿acaso no es el rey de Judea? ¿Y su dinastía no tiene algo que ver de cara al futuro? 

La convicción les viene a los Magos por haber visto “en el Oriente”, donde estaban, un signo: “su estrella”. No se trata de la aparición de una estrella identificable, ni de un fenómeno astronómico natural. Es una estrella que los Magos dicen haber visto desde el Oriente y que luego volvieron a ver al salir de Jerusalén rumbo a Belén y que les guiaba hasta detenerse donde estaba el niño: v. 9. 

La estrella que guía a los Magos es una estrella milagrosa, fruto de una lectura midráshica de la estrella de Nm 24,17. El movimiento preciso de la estrella es sugerido por la nube de fuego que caminaba con el pueblo en el desierto (Nm 9,15-23), transformada por el judaísmo helenista (Sab 10,17; 18,3). 

“Si se admite la historicidad rigurosa de Mateo hasta en sus detalles, es necesario admitir el carácter preternatural de esta estrella. Si, por el contrario, se admite que se trata de un elemento midráshico introducido con una intención pedagógica, sólo el conocimiento de la intención del autor puede llevar a una exacta interpretación teológica del texto. En cualquier caso, el estudio de este elemento del relato es de la mayor importancia” (S. Muñoz Iglesias). 

En efecto, según las creencias orientales, cuando nacía un gran personaje (por ejemplo, un rey) aparecía en el cielo una nueva estrella. No es, pues, raro que los Magos, al percibir ese fenómeno extraordinario, piensen en el nacimiento de un rey, y más si estaban al corriente de la expectación mesiánica del pueblo judío. 

Herodes y Jerusalén
Pero, habiendo oído el rey Herodes, se conmovió, y con él toda Jerusalén. Y habiendo congregado a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntó dónde nacería el Mesías. (Mateo 2,3-4)
“El rey Herodes” y “toda Jerusalén” forman una sola persona moral. Mateo quiere designar con estas expresiones a la casa real y a sus ministros, o sea, a todo el poder político. Su turbación puede ser tanto de naturaleza política como religiosa. 

El énfasis es elocuente. Mateo quiere congregar a todos los que constituían la suprema autoridad religiosa del pueblo. El Sanedrín constaba de 71 personas y estaba formado por sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo, presididos por el sumo sacerdote. 

Herodes hace llamar “a todos los príncipes de los sacerdotes”, la clase privilegiada de la capital religiosa, y “a los escribas del pueblo”, que conocían las Escrituras, se reclutaban sobre todo entre los fariseos y simpatizaban con las clases humildes. 

Los adjetivos “toda” y “todos” descubren las intenciones del evangelista: quiere hacer ver que el sumo poder político y la suprema autoridad religiosa están al tanto de la gran noticia. 

Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, pues así ha sido escrito por el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la más pequeña entre los principados de Judá, pues de ti saldrá un Jefe, el cual apacentará a mi pueblo Israel’”. (Mateo 2,5-6)
La respuesta de los sacerdotes y escribas no podía ser ni más precisa ni más autorizada. Los escritos rabínicos anunciaban que el Mesías debería nacer en Belén. Pero no sólo esto, sino que en el verbo pasivo “ha sido escrito” se esconde Dios como sujeto de esta revelación. La Palabra de Dios será ahora “la señal” inequívoca. Dios mismo lo ha declarado mediante su profeta.  (Mateo 2,5-6)

Aparentemente, se trata de una cita del profeta Miqueas 5,1-3. En realidad, es un texto nuevo, un texto transformado, creación de Mateo, que ha amalgamado los textos griegos de Miq 5,1-3 con 2 Sm 5,2 y ha añadido elementos propios, a saber: “tierra de Judá” (discreta alusión a Gn 49,10) y “de ninguna manera” (adverbio que modifica sustancialmente la apreciación de Belén-Efratá). 

“Mas tú, Belén-Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días antaño” (Miqueas 5,1).
“Ya antes, cuando Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. Yahveh te ha dicho: ‘Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el caudillo de Israel’” (2 Samuel 5,2).
La negación enfática “de ninguna manera” que Mateo ha introducido cambia diametral y definitivamente los destinos en Belén. 

En adelante, Belén no será ya el pueblecito insignificante de otros tiempos y, situado en “tierra de Judá”, brillará siempre por su significación davídica, regia y mesiánica (cf. Gn 49,10; 2 Sm 5,2; 1 Cr 11,2). 

El texto de Miqueas, retocado y amplificado por el evangelista, ocupa el centro del relato y su importancia teológica es capital. Jesús, nacido allí, será el verdadero Mesías davídico; más aún, será el nuevo y auténtico David, un segundo David que pastoreará, como Rey, al pueblo de Israel, pueblo de Dios. 

Herodes y los Magos
Entonces Herodes, habiendo llamado en secreto a los Magos, se informó cuidadosamente con ellos sobre el tiempo de la estrella aparecida y, habiéndolos enviado a Belén, dijo: “Id a informaros cuidadosamente acerca del niño y, cuando (lo) hayáis encontrado, anunciádmelo, para que también yo vaya a adorarlo”. (Mateo 2,7-8)
Mateo presenta de nuevo a los Magos ante Herodes, que los interroga en secreto y cuidadosamente acerca del tiempo de la aparición de la estrella. Esta pintura del monarca refleja muy bien los últimos años de Herodes, llenos de sospechas, mentiras y terrorismo. 

Los Magos
Ellos, habiendo escuchado al rey, se fueron. Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente les guiaba por delante hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. (Mateo 2,9)
¡Impresionante contraste, cargado de sentido! Mientras que el sumo poder político de Jerusalén y la suprema autoridad religiosa del pueblo elegido permanecen en una indolente indiferencia, los gentiles se muestran dóciles a los “signos” divinos y se afanan por ir al encuentro del Rey anunciado. 

A pesar de la corta distancia entre Jerusalén y Belén (8 kilómetros), ni Herodes, de ordinario empujado a actuar cruelmente por sus sospechas y temores, ni los sacerdotes y escribas, con su ciencia bíblica, se sienten movidos a ir a la pequeña aldea para constatar el gran anuncio del nacimiento de su Mesías. La apatía religiosa más gravosa los tiene aletargados. En cambio, el pequeño grupo de extranjeros paganos, obedientes a los signos celestes, prosigue su camino. Viajan de noche, como es costumbre en los cálidos países de Oriente, y son gratificados nuevamente con la visión de “la estrella mesiánica”. 

Y, habiendo visto la estrella, se alegraron con un gran e inmenso gozo. (Mateo 2,10)
La recargada frase griega subraya admirablemente la alegría desbordante de los Magos ante la vista del astro. “En el contexto de Mateo, esta alegría es la de las naciones paganas que finalmente, gracias a Jesús, descubren la salvación que esperaban en la oscuridad” (P. Bonnard). 

Una reflexión se impone. Fuera de Jerusalén, para los gentiles, el signo de la aparición de Jesús Mesías podrá ser una estrella, pero dentro de la Ciudad Santa, para escribas y sacerdotes, el signo debe ser la Palabra misma de Dios. Para los gentiles, hay una revelación que se inscribe en los signos de la naturaleza; para el pueblo de Dios, la revelación está en las Escrituras. 

Y, habiendo entrado en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, habiéndose postrado, lo adoraron. Y, habiendo abierto sus tesoros, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. (Mateo 2,11)
Una gran sencillez es la nota característica de este hallazgo. Los Magos encuentran finalmente “al niño con María, su madre”. Hay que notar que José, que jugaba un papel importante en el relato anterior (1,18-25), en esta narración no es nombrado. La sola mención de María con su hijo es una pequeña nota, pero de calidad, que incorpora doctrinalmente este relato al anterior sobre la concepción virginal. Tanto los libros sagrados como las leyendas rabínicas en torno al nacimiento del Mesías pasan en silencio al padre y sólo ponen su atención en la madre (Gn 3,15; Is 1,14; Miq 5,2). 

El texto griego dice “habiendo entrado en la casa”. La palabra “oikía” puede significar “casa”, pero también “caserío” (cf. Mt 10,12-14). 

Los Magos, “habiéndose postrado, adoraron” al niño. Ante todo, es bueno recordar que en la bendición mesiánica de Jacob se dice que ante Judá se prosternarán los hijos de su padre (Gn 49,8). El verbo griego “proskynéo” significa literalmente “prosternarse”. Mateo lo ha empleado hasta tres veces en nuestro relato. Si este verbo significa “postrarse” ante un rey (1 Re 1,23.53), también se emplea para significar la adoración al verdadero Dios (Mt 4,9.10). Mateo usará repetidas veces este verbo para describir las actitudes de los hombres ante Jesús (8,2; 9,18; 14,33; 15,25; 20,20; 28,17). Y no es difícil que Mateo, a la luz de su fe cristiana, haya depositado ya en el verbo “proskynéo” el sentido fuerte de “adorar”. 

Las ofrendas de los Magos son signo sensible de su donación interior. El oro, el incienso y la mirra son regalos característicos del Oriente (cf. 1 Re 10,2.10; Is 60,6; Sal 72,10-11.15). Los Padres y la liturgia han explotado el simbolismo: el oro es símbolo de la realeza de Jesús; el incienso es símbolo de su divinidad; la mirra es símbolo de su futura sepultura. O bien, el oro es símbolo de Jesús-rey; el incienso, de Jesús-sacerdote; la mirra, de Jesús-profeta. 

Y, advertidos en sueños que no volvieran a Herodes, por otro camino se marcharon a su país. (Mateo 2,12)
Esta comunicación “en sueños” es la manera bíblica para interpretar la voluntad de Dios, la cual se manifiesta a los hombres mediante las múltiples circunstancias de la vida y de muy diferentes maneras. 

Mensaje teológico y realidad histórica
Nos encontramos ante una página de marcado estilo oriental, cuya finalidad consiste más en hacer resaltar el profundo significado teológico de un acontecimiento que en describir los detalles minuciosos de una historia. 

1. Mensaje teológico
En nuestro caso, el gran acontecimiento, lleno de misterio, incomprensible para la mente humana, es el hecho de cómo “Jesús Mesías fue rechazado por el judaísmo, pero aceptado por los gentiles”. 

El redactor de Mateo, que escribe hacia el año 80, ha querido servirse de un género literario especial, llamado midrásh, para entregarnos un mensaje trascendental. El midrásh es un género literario que consiste en un recurso libre a textos inspirados, con el fin de exponer una doctrina religiosa o un misterio difícilmente expresable. Sin embargo, los relatos de la infancia de Jesús en Mateo no pueden ser clasificados simple y sencillamente como midrásh haggádico al estilo judío. Los relatos evangélicos brotan de un género literario único y especial, en el que ciertamente entra en juego el estilo midráshico, pero ante todo son “un evangelio sobre Jesús”, una Buena Nueva que parte de la historia. 

a) Los gentiles, representados por los Magos, atentos a los signos celestes (que vienen de Dios), han reconocido con los ojos de la fe a Jesús Mesías, nacido del pueblo judío en Belén de Judá, y lo han buscado para adorarlo. Así, en otro tiempo, el adivino Balaam, hombre gentil venido del Oriente, obedeciendo las órdenes de Yahveh, vio en la fe surgir de Israel una estrella, símbolo de un rey que dominaría sobre Moab y los pueblos vecinos (Nm 24,17).
b) En cambio, el judaísmo político y religioso se conmovió por un momento ante la presencia de Jesús Mesías. Pero este sentimiento fue efímero. Supieron de su Mesías, pero no fueron en su búsqueda. Y lo más grave es que hubieran podido reconocerlo con la ayuda de las divinas Escrituras, pero no fue así. Jesús mismo les invitará más tarde a que acudan a las Escrituras, porque ellas hablan de él (Jn 5,39ss). No obstante, lo rechazaron. En el momento de la crucifixión aparecerá nuevamente el título “el rey de los judíos” (Mt 27,24).
c) Más aún, como antaño el rey Balaq quiso atraer las maldiciones del cielo sobre el pueblo de Israel y evitar que entraran en la Tierra Prometida, así ahora el rey Herodes y, después de, él las autoridades del judaísmo intentaron hacer desaparecer a Jesús Mesías y su obra (cf. Hch 4,1-31; 5,17-42; 6,8-8,3).
d) Los gentiles, guiados dócilmente por los signos e impulsados por la fe, buscan a Jesús Mesías y lo encuentran con María, su madre; le tributan el homenaje de su adoración y le abren los cofres de sus ofrendas, símbolos de su entrega interior.
2. Realidad histórica
Aunque el midrásh (o sus géneros literarios derivados) es una construcción a base de alusiones a textos bíblicos, sin embargo se levanta sobre ciertos detalles históricos. En el caso de Mt 2,1-12 hay puntos históricos de primera importancia y también detalles secundarios cuya historicidad material es difícil de discernir. 

La base histórica es: 

a) El nacimiento de Jesús en Belén, atestiguado también por otras tradiciones diferentes (Lc 2,4ss; Jn 7,42).
b) En tiempos de Herodes: el recuerdo de los años sombríos del reinado de Herodes, conocidos por otras fuentes, se percibe en las líneas de este relato.
c) En cuanto a la estrella, no sabemos con certidumbre si algún fenómeno natural está en la base, pero en rigor se podría también pensar que es un elemento creado por Mateo como vehículo adecuado para su enseñanza teológica. Sin embargo, del texto como tal brota que “el evangelista piensa en un astro luminoso, del que es inútil buscar una explicación natural” (Biblia de Jerusalén).
d) Por último, cuando el autor del Evangelio de la Infancia escribe sus relatos, la ruptura entre el judaísmo y el cristianismo es absoluta. Pues bien, un fenómeno histórico-religioso está en la base y es el más importante, a saber: el rechazo de Jesús Mesías por parte del pueblo elegido y la aceptación por parte de los gentiles, que lo han reconocido, gracias a la luz de la fe.
Los gentiles, favorecidos sólo con una revelación imperfecta, han venido a adorar a Jesús; sin embargo, han necesitado para ello aprender de los judíos la historia de la salvación. Los judíos, por su parte, a pesar de tener las Escrituras y de poder dar a conocer los vaticinios proféticos, no han querido acercarse para adorar a su rey Mesías. Herodes, toda Jerusalén, los sacerdotes y escribas prefiguran ya a Pilato, a todo el pueblo, a los sacerdotes y ancianos que condenarán a Jesús. 

FRAGMENTO DE HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI - Viernes 6 de enero de 2012
 ¿Qué tipo de hombres eran ellos? Los expertos nos dicen que pertenecían a la gran tradición astronómica que se había desarrollado en Mesopotamia a lo largo de los siglos y que todavía era floreciente. Pero esta información no basta por sí sola. Es probable que hubiera muchos astrónomos en la antigua Babilonia, pero sólo estos pocos se encaminaron y siguieron la estrella que habían reconocido como la de la promesa, que muestra el camino hacia el verdadero Rey y Salvador. Podemos decir que eran hombres de ciencia, pero no solo en el sentido de que querían saber muchas cosas: querían algo más. Querían saber cuál es la importancia de ser hombre. Posiblemente habían oído hablar de la profecía del profeta pagano Balaán: «Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel» (Nm 24,17). Ellos profundizaron en esa promesa. Eran personas con un corazón inquieto, que no se conformaban con lo que es aparente o habitual. Eran hombres en busca de la promesa, en busca de Dios. Y eran hombres vigilantes, capaces de percibir los signos de Dios, su lenguaje callado y perseverante. Pero eran también hombres valientes a la vez que humildes: podemos imaginar las burlas que debieron sufrir por encaminarse hacia el Rey de los Judíos, enfrentándose por eso a grandes dificultades. No consideraban decisivo lo que algunos, incluso personas influyentes e inteligentes, pudieran pensar o decir de ellos. Lo que les importaba era la verdad misma, no la opinión de los hombres. Por eso afrontaron las renuncias y fatigas de un camino largo e inseguro. Su humilde valentía fue la que les permitió postrarse ante un niño de pobre familia y descubrir en él al Rey prometido, cuya búsqueda y reconocimiento había sido el objetivo de su camino exterior e interior.

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