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Las Vidas de los Santos
y Fiestas Litúrgicas

San Sofronio de Jerusalén

Obispo

11 de marzo

San Sofronio era oriundo de Damasco donde habría nacido hacia el año 550, desde pequeño se dedicó a los estudios, tomando clases de retórica de la que luego daría muestra en sus escritos; pero gracias a eso el santo llegó a ser tan versado en la filosofía griega, que recibió el sobrenombre de “el sofista”.

Junto con su amigo, el célebre ermitaño Juan Mosco, viajó mucho por Siria, Asia Menor y Egipto, donde tomó el hábito de monje el año 580. Los dos amigos vivieron juntos durante varios años en la “laura” de San Sabas y el monasterio de Teodosio, cerca de Jerusalén.

Su deseo de mayor mortificación los llevó a visitar a los famosos anacoretas del desierto de Escete en Egipto. Después fueron a Alejandría, donde el patriarca San Juan el Limosnero les rogó que permaneciesen dos años en su diócesis para ayudarle a reformarla y a combatir la herejía monotelita. En dicha ciudad fue donde Juan Mosco escribió el “Prado Espiritual”, que dedicó a San Sofronio. Juan Mosco murió hacia el año 620, en Roma, a donde había ido en peregrinación.

San Sofronio retornó a Palestina y fue elegido patriarca de Jerusalén por su piedad, saber y ortodoxia.

En cuanto tomó posesión de la sede, convocó a todos los obispos del patriarcado para condenar la herejía monotelita y compuso una carta sinodal, en la que exponía y defendía la doctrina católica. Esa carta, que fue más tarde ratificada por el sexto Concilio Ecuménico, llegó a manos del Papa Honorio y del patriarca de Constantinopla, Sergio, quien había aconsejado al Papa que escribiese en términos evasivos acerca de la cuestión de las dos voluntades de Cristo.

En aquella carta dogmática de Sofronio tocaba los temas fundamentales de la Encarnación del Verbo de Dios en Santa María Virgen. Escribe hermosamente en la Carta sinodal:

“Creo que el Verbo de Dios, el Hijo único del Padre, penetró en el seno pleno de esplendor de pureza virginal de María, la santa y radiante Virgen, rebosante de sabiduría divina y exenta de toda mancha del cuerpo, del alma y del espíritu. Se encarnó él, el incorpóreo, tomó nuestra forma aquel que por esencia divina estaba exento de forma en lo que se refiere al aspecto externo y a la apariencia… Quiso hacerse hombre para purificar al semejante con el semejante, para salvar al hermano por medio del hermano… Por eso eligió a una Virgen santa: fue santificada en su alma y en su cuerpo, y como fue pura, casta e inmaculada, llegó a ser la cooperadora de la encarnación del Verbo…”

Sólo estuvo en el cargo de patriarca de Jerusalén cuatro años, en los que continuó su labor en favor de la verdad católica de las dos naturalezas, humana y divina, en la única persona divina de Jesucristo. La herejía estaba destruyendo la unidad de la fe y de la misma Iglesia, y además algunos obispos habían tomado una tercer posición a la que llamaban monoenergismo: es decir reconocen que en Cristo había, sí, dos naturalezas, pero una sola fuente de vida o energía. En la carta que Sofronio dirigió al papa Honorio I y al patriarca Sergio de Constantinopla, defensor del monoenergismo, reafirmaba la doctrina de las dos naturalezas de Cristo, con sus dos energías propias. Estaba de acuerdo con los concilios ecuménicos de Éfeso (431), que proclamó la unidad de la persona de Jesucristo, y de Calcedonia, que definía la fe en «un solo Señor Cristo, Hijo unigénito, que debe ser reconocido en dos naturalezas», divina y humana.

Sofronio, viendo que el emperador y muchos prelados del oriente atacaban la verdadera doctrina, se sintió llamado a defenderla con mayor celo que nunca.

Llevó al Monte Calvario a su sufragáneo, al obispo Esteban, y ahí le conjuró, por Cristo Crucificado y por la cuenta que tendría que dar a Dios el día del juicio, “a ir a la Sede Apostólica, base de toda la doctrina revelada, e importunar al Papa hasta que se decidiese a examinar y condenar la nueva doctrina”.

Esteban obedeció y permaneció en Roma diez años, hasta que el Papa San Martín I, condenó la herejía monotelita, en el Concilio de Letrán, en el año 649.

Pronto tuvo San Sofronio que enfrentarse con otras dificultades. El islam habían invadido Siria y Palestina; Damasco había caído en su poder en 636; y Jerusalén en 638. El santo patriarca, había hecho cuanto estaba en su mano por ayudar y consolar a su grey, aun a riesgo de su vida.

Cuando a fines del año 637 las tropas de Abu Bakr sitiaban la ciudad, San Sofronio tuvo que predicar en Jerusalén el sermón de Navidad, pues era imposible ir a Belén en aquellas circunstancias. Luego vino la conquista de Jerusalén, en el mes de febrero del año 638. Sofronio intervino a favor de los cristianos y consiguió que trataran con menos dureza a los rehenes y a la población en general. Fue el último servicio de este hombre de Iglesia, infatigable luchador a favor de la verdad católica, la unidad de los discípulos de Cristo y la paz. El 11 de marzo del año 638, semanas después de la caída de Jerusalén en manos de los musulmanes, Sofronio voló al cielo.

San Sofronio escribió varias biografías y homilías, así como algunos himnos y odas de gran mérito. En la liturgia romana del Viernes Santo se canta, en la adoración de la cruz, el famoso «Popule meus», inspirado en los Tropos del Viernes Santo de Sofronio de Jerusalén:

Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?
A cambio del maná, me has dado hiel,
a cambio del agua, me has dado vinagre,
a cambio de mi amor, me has clavado en la cruz.

Se ha perdido la “Vida de Juan el Limosnero”, que compuso en colaboración con Juan Mosco; también se perdió otra obra muy voluminosa, en la que citaba 600 pasajes de los Padres para probar que en Cristo había dos voluntades.


Fuente: http://ivemo.org/

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